Por Marino Báez
El asesinato de un menor de 12 años mediante una trifulca entre un policía y su padre, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, debe servir de reflexión a los gestores de actividades que promueven la aglomeración desmedida de personas que manejan todo antojadizamente y sin ningún tipo de control, a pesar de que las Leyes están ahí y solo hay que aplicarlas, sobre todo, en un “evento cultural” de tanta importancia como la celebración del carnaval, el cual años tras años se sale de control y dejas llantos, dolor, tristeza e indignación en las familias.
No estoy en contra de la celebración de esta denominada “tradición cultural”, nunca lo estaré, tampoco tengo derecho a impedirle al ciudadano común que la celebre como le plazca, es su vida, vívela como mejor te venga en gana, sin importar las consecuencias.
Cada vez que se cometen actos irresponsables, escudado en el poder político o en una arma de fuego, me indigno, me causa tristeza al ver que nuestras autoridades no están atendiendo lo que deben atender, razón por la cual surgen adversidades como la que en la actualidad vive el país, mediante una supuesta libertad convertida en libertinaje.
El carnaval, que data de tiempos inmemoriales, no solo es cultura o tradición, también está muy relacionado con las fiestas paganas que atentan contra la moral, la dignidad, las buenas costumbres; y por ende, en vez de aportar, dejan secuelas dañinas para la sociedad. Es un festín disfrazado de todo, menos de cultura, porque investido de diabolismo.
¿Quién es el culpable?
Existe un descontrol que marcha a la perfección donde la policía pone de manifiesto su poderío indignante, como en la era Trujillo, descargando sus armas contra los civiles, muchas veces indefensos, otras veces en igualdad de condiciones y prestos para irrespetar, a través de las armas de fuego. Existe lo que se podría denominar como carencia de entendimiento. Acaban de matar a un menor de apenas 12 años de edad. ¿Quién paga el precio? El padre, por tener a su hijo en un entorno prohibido y el policía por abusar del derecho ciudadano.
Es costumbre en las personas que les gusta el libertinaje salir a la defensiva, este no solo es el común denominador de las fiestas carnavalescas, organizadas sin control, sino de otras actividades, donde las autoridades de turno nunca enfrentan las constantes de los problemas que muchas veces dejan muertos y heridos.
¿Qué es el carnaval?
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La idolatría es el principal aspecto negativo del carnaval, ya que degrada al ser humano llevándolo de regreso a un primitivismo espiritual, propio de los pueblos bárbaros e ignorantes de la antigüedad.
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El consumo de alcohol que con el curso de las horas consumidas lo único que deja como remanente es violencia callejera, desintegración familiar, intoxicaciones, accidentes de tránsito y consumo de drogas.
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Fornicación y adulterio, donde no solo se da libre acceso a la práctica del sexo ilícito.
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Enfermedades venéreas, la gente excede al consumo de alcohol, sin ser dueño de sus actos, siempre con la intención de cometer las atrocidades más vergonzosas, además de embarazos no deseados.
Si el carnaval es cultura, la cultura es satanismo, una correlación de identidad entre las máscaras, la exageración y el sarcasmo, contraria a las identidades que definen nuestros rasgos culturales, término que proviene del vocablo latino cultus, a su vez derivado de colere, es decir, “cuidar del campo y del ganado”, lo que hoy en día se conoce como “cultivar la tierra”, por eso, el pensador romano Cicerón (siglo I a. C.) empleó el término cultura animi (“cultivar el espíritu”) para referirse metafóricamente al trabajo de hacer florecer la sabiduría humana.
Debemos cuidar más de nuestros hijos, eso no quiere decir que se le impida conocer nuestros valores y tradiciones culturales. Ayer disfrutamos…Hoy nos lamentamos.
El autor es escritor y periodista
Reside en Estados Unidos
Febrero 12, 2023