Nueva vez, nos ha hecho repensar el motivo de nuestra existencia en este mundo, nos ha sacado la alfombra de los pies, nos ha tambaleado cual terremoto, lleva tiempo pisándonos los talones, pero no la advertimos hasta que hace estruendos con su elocuente voz, pretendemos que no existe, hasta que se posa en nuestro frente y nos hace muecas de advertencia, nos angustian sus amenazas constantes, nos acecha de forma sigilosa, pero seguimos, avanzamos sin titubeos y sin reparo.
Ella toca a todos, no distingue los estatus, tampoco sexo, no tiene preferencias, abre sus brazos para tocar a grandes, chicos, ricos, pobres, famosos y no tan famosos, a gente común y corriente, a los que padecen y a los que tienen salud, a los estudiosos y los iletrados, a los creyentes y a los inconversos, realmente no tiene bandera, solo engulle lo que tiene por delante, a veces en formas sutiles, otras tantas de formas tan arbitrarias que ni siquiera podemos imaginar.
La vida es frágil, los respiros se agotan, las fuerzas se acaban, se nubla la visión y perdemos el rumbo, poco a poco los sentidos se pierden y en nuestro afán de mantenernos sobrios, se nos van los detalles.
Esto ha servido para evaluar nuestros propósitos, para interiorizar nuestros valores y preguntarnos: ¿Dónde está nuestra esperanza?
Fuimos creados para la eternidad, esa es, en particular, la razón por la que la muerte nos paraliza, no concebimos de forma natural dejar de existir, la muerte produce un dolor profundo y sus heridas nunca sanan totalmente, sus cicatrices permanecen en el tiempo y de forma casi intuitiva buscamos la fórmula para no experimentarla.
Entonces, si no hay como evitar sus tentáculos, si no tenemos escapatoria, por qué no aferrarnos a la oferta eterna que nos hace Dios, y buscar fervientemente apegarnos a su palabra y voluntad, y cuando nos toque, que claramente así será, no lamentarnos como los que no tienen Esperanza.