(Para mi amiga, superestrella y reina de la balada, Luisa María Güell, allá en la Florida, por las pasiones del verano).
Sin las celebraciones rutilantes ni las expectativas de años anteriores ha llegado el verano, la estación más cálida del año, comprendida entre la primavera y el otoño, un solsticio que hoy ha sido visto llegar por millones de personas en el mundo. Temporada de sequía en algunos países, pero también de fuego y amores, entrega desmedida, cuerpos casi desnudos sobre la arena, besos al aire libre, chichigüas y papalotes en cielos luminosos y murciélagos de esos que los niños bien, emocionados y jubilosos, ven dibujar en el espacio sideral geometrías imprecisas.
Aunque en este país siempre es verano, son bellos los días luminosos con sus agobiantes calores. Famoso el verano en Nueva York como dice la salsa del Gran Combo interpretada magistralmente por Andy Montañez, alta cumbre en todo lo que canta, sea Un verano en Nueva York, Milonga para una niña o las Hojas blancas que siguen cayendo.
Hay una bellísima canción que en voz de Lucho Gatica me gusta muchísimo y es Las verdes hojas del verano (Si un verano te fuiste / con él volverá). Recuerdo una película de mi adolescencia, Verano del 42, ganadora de un Oscar en el 1972, un drama en el que se exponen las implicaciones psicológicas de la edad adulta y la guerra, filme al que le sirve de fondo un tema musical verdaderamente precioso.
Este verano no despierta muchachas perspectivas por la situación anómala en que se encuentra el mundo por la mortal pandemia y el retroceso experimentado en casi todos los países que han intentado retornar, aunque gradualmente, a lo que fue la normalidad y a la que, indudablemente, tardaremos años en regresar, si es posible.
Escribo de madrugada, mientras todo duerme, sometido a una cuarentena y un toque de queda de los que no sé ni qué decir. Estamos hastiados, pero son medidas necesarias; aburridos no obstante los libros leídos, las películas vistas y las largas conversaciones, los encuentros por el WhatsApp, el Facebook o Instagram con paradas técnicas en Twitter y Prensa Escrita.
Ha sido el verano motivo de grandes obras de arte. Desde El Sueño de una noche de verano, magistral comedia de William Shakespeare escrita antes del 1600 y en la que narra los hechos que acontecen entre Teseo, Duque de Atenas, e Hipólita, reina de las amazonas, incluidas las pasiones de cuatro amantes atenienses.
En el arte popular no se puede obviar la balada de Luisa María Guell, Murió nuestro amor de verano, un lamento que además es celebración y fiesta en sí misma. Solo Luisa puede cantar esa canción, creo que de su autoría, porque ella se tragó todos los ruiseñores del mundo y cuando canta están cantando todas las aves del paraíso.
Fuiste mía un verano, solamente un verano, cantaba Leonardo Favio con esa voz quejumbrosa y casi fúnebre pero que imprimía un conmovedor acento en cada verso.
Pocas cosas son tan deseadas y planificadas como las vacaciones del verano. Pocos amores tan ardientes, he sabido y oído decir.
Es espléndido el cielo como en los días de cuaresma. Pero es triste pensar que en este verano las playas no serán las mismas, aunque se anuncia el reinicio de los vuelos para la primera quincena de julio, todo un nuevo protocolo de viaje ha de cambiar las cosas.
Pena saber que Punta Cana ni Juan Dolio no serán por ahora ni sombra de lo que han sido, en la Florida ha habido una demanda tan grande en la reapertura que probablemente las autoridades se vean en la obligación de cerrar algunas desde Miami Beach y South Beach hasta san Agustín.
Lo cierto es que ha llegado el verano; sus días serán luminosos y largos como siempre, cortas las noches, intenso el calor y vibrantes las pasiones. Gaviotas y alcatraces, golondrinas y cernícalos seguirán lujosas en los cielos y volando sobre el mar.
Es ya el alba o primer crepúsculo del día, y como es verano, voy a acodarme unos minutos en el alféizar solo para ser testigo de las primeras luces de un verano que ha de ser atípico e imprevisible con deseos de espiar al colibrí que ha de venir como todos los días de este mundo.
Me gustaría concluir diciendo que en nuestras vidas también es verano, pero no, porque seguimos atados a la desgracia que ha nublado el futuro cambiando nuestras nuestros hábitos y las maneras de tratarnos, en fin, toda ceremonia del diario vivir.
Sin embargo, ya es verano y el amor, el sueño ni la poesía han muerto; mientras contemplo un cielo diáfano, rojizo, amarillento e indeciso como la propia vida, acordándome que, como el espejo y la sombra, la mirada y el gesto, el verano no miente,