Ya sé que no se estila aconsejar al oponente, si así fuera hace tiempo que le habríamos recomendado a Trump menos metidas de pata y un discurso más equilibrado, pero como no puede renegar de su naturaleza, le está haciendo un favor inmenso a la humanidad: identificar al grupo de hombres blancos, megamillonarios, que han sido sujeto de tantos guiones de cine como sociedades secretas que intentan gobernar el mundo.
Elon Musk y sus 45 millones de dólares mensuales apoyando la campaña presidencial Trumpiana, y el saqueo de Venezuela, vía el apoyo de todas sus redes mediáticas a la “oposición” es más clarificador que todo conteo de “actas”.
Enfrentada a la inutilidad de mis batallas, regreso a la sabiduría ancestral de la poesía, único apoyo real para mi lanza. Y, les comparto fragmentos de este poema de Arquiloco de Paros, Grecia, de mediados del Siglo VI, antes de Cristo:
Apoyado en la lanza
“Corazón, corazón atormentado
por inmensos dolores, ten coraje y enfrenta tu pecho al adversario, y desafía con firmeza sus trampas; y si vences, no te muestres soberbio;
Y si sales vencido, no te escondas a gemir en tu casa.
Alégrate con las cosas que alegran, pero no permitas
que en exceso te irriten los fracasos.
Comprende que la vida del hombre es puro azar.
Muchas cosas sabe la zorra; el erizo solo una, pero decisiva.
No me importan las riquezas de Giges, todo su oro, Ni me ha dominado la ambición, ni envidio el poder de los dioses, Ni admiro de la soberbia su tiranía.
Estoy muy lejos de poner en nada de esto mis ojos.
Una vez muerto, nadie goza de honor ni fama entre los suyos.
Estando vivos, procuramos la simpatía de los vivos.
El muerto lleva siempre la peor parte.
Espera todo de lo dioses, porque a menudo alzan
A quien yace sobre la oscura tierra,
Y lo libran de su infortunio. Pero muchas veces, al que mas firme estaba lo tumban…: luego le sobrevienen
incontables desdichas
y vaga sin sustento, perdido, enajenado.
Ojalá que naufrague
y … lo capturen, desnudo y tiritando,
alli sufrirá la máximo, Comiendo el pan del esclavo. Y que cubierto de algas del espumante mar, castañeteen sus dientes, echado como un perro, de bruces al sereno, donde rompen las olas. ¡Asi quisiera verlo!
Porque… me ofendió, y pisoteó nuestra fidelidad.
