La prensa dominicana diariamente se llena con noticias, informaciones y enfoques de opinión que muestran un desarrollo dual de la nación dominicana.
Por un lado, sobre todo en este período de gobierno, se exhibe un gran optimismo económico por la recuperación y el crecimiento que se registran en los más importantes renglones de la economía.
El turismo luego de la caída por el impacto del COVID-19 está alcanzando niveles récords de recepción de turistas, tanto extranjeros como nacionales residentes en el exterior. Con el turismo, también muestran su expansión y dinamismo el sector industrial de zonas francas y las demás actividades asociadas con las que se encadena, tal como lo han presentado el Ministerio de Industria y Comercio y ADOZONA en recientes exposiciones públicas.
Sin embargo, esos buenos resultados económicos no necesariamente se traducen en bienestar para la ciudadanía, emergiendo sobre la robustez de la economía otro país, caracterizado por el deterioro del salario real de los trabajadores; el deterioro del poder adquisitivo fruto de la inflación internacional; el progresivo proceso de descomposición social y moral que incide en la violencia, la criminalidad y la delincuencia que mantienen en la inseguridad a la población.
Ese panorama dual, de un país con una economía fuerte y vigorosa, pero con una sociedad descompuesta proclive a la violación de la Ley y a la corrupción con impunidad, ha sido el fruto de un capitalismo atrasado, reforzado por la doctrina neoliberal y sus políticas de “libre mercado” y de privatización que se impusieran en el país desde los años noventa, y cuyos efectos se enmarcan en el llamado “capitalismo salvaje”.
Ese “capitalismo salvaje” con su secuela de crecimiento económico y desajustes y descomposición sociales, ha sido enfrentado por el presente gobierno complementando una política pro empresarial estimulando a los motores del crecimiento, pero mitigando los problemas sociales con políticas de subsidios y de planes sociales oficiales, para inducir un “capitalismo con rostro humano”, adicionándole la actitud personal del presidente de la república de honestidad y desinterés personal y su firme convicción contra la corrupción y en defensa de la nacionalidad con transparencia, que serían su mayor legado.
El desafío del gobierno ante esa dualidad social es pues, armonizar esas contradicciones propiciando un modelo de política proempresarial con estímulo a la iniciativa privada regulada, y complementándola mediante los subsidios y los planes sociales, pero sin corrupción y fortaleciendo el estado de derecho.
¡“Capitalismo con rostro humano” debe ser la marca del cambio posible!
