En la semana recién pasada la violencia criminal hizo explosión, arrojando un saldo de víctimas de unos diez muertos y varios heridos en diversos hechos esparcidos en la geografía nacional.
Se destacan entre los hechos fatales el asesinato de un comunicador a manos de un vicealmirante retirado, expresidente de la DNCD, y la muerte de cuatro personas por un miembro de la Policía Nacional, ambos casos en el Gran Santo Domingo.
Esa ola de violencia criminal se manifiesta con regularidad en ciertas ocasiones, como expresión de un estado de violencia causado por una combinación de factores que tienen que ver con el nuevo contexto internacional que impone un esquema institucional dominado por el dios dinero como valor central de la vida y el consumismo como eje para sustentar la dinámica del crecimiento de la economía.
La imposición de esos valores centrales materialistas ha vaciado la conducta de los individuos de aquellos valores de vida, relativos a los derechos humanos y al necesario respeto a las normas del buen comportamiento, que conforman el llamado control social interno o conciencia humana que se forma en la familia y la escuela y que guía la convivencia entre los actores sociales.
También esos valores de convivencia son garantizados por las instituciones responsables del llamado control externo, a cargo de las instituciones que aseguran el orden público como la Justicia, la Policía y las demás autoridades que reprimen legítimamente las conductas violatorias cometidas por los desviados.
Ante esa situación de debilidad de las agencias del control interno como la familia, la escuela y la comunidad primaria, así como de la debilidad de las instituciones del control externo, tiene lugar un régimen sin consecuencias frente a las conductas desviadas, alimentándose un orden social anómico, es decir, carente de normas y de autoridad.
En esa matriz causal los actores sociales caen en la tentación de la conducta violenta y criminal, causando los múltiples hechos criminales que se observan continuamente en forma de oleadas, que seguirán produciéndose, hasta que ese cuadro de descomposición social fruto de las transformaciones que viene viviendo la sociedad dominicana, no se revierta y se reconstruyan las instituciones del control interno y del control externo que guían y sujetan la conducta social de las personas.
Esa reconstrucción institucional hay que verla a muy largo plazo, comenzando con la aplicación de una estrategia nacional de desarrollo que equilibre la situación de los actores sociales, fortaleciendo las agencias de formación del control interno, familia, educación y la comunidad, al tiempo que se reconstruyan las instituciones del orden público, tal como lo está intentando el presente gobierno, con la reforma policial y la promoción de una Justicia independiente que fortalezcan el control externo para reprimir legítimamente las conductas desviadas.
¡Qué se empiece la reconstrucción institucional de la nación!