La pandemia del Covid-19 ha abierto la interioridad de los sistemas sociales a través de los cuales la humanidad ha intentado viabilizar la sobrevivencia sobre el planeta tierra. Esos sistemas sociales, económicos, políticos y de otras índoles, en general exhiben con la pandemia serias debilidades para resolver las necesidades de la humanidad y de su ecosistema.

El coronavirus ha evidenciado la fragilidad de la economía, pero también del sistema sanitario, del educativo y de otras tantas actividades humanas que se han visto impedidas de operar con normalidad frente a la pandemia que amenaza la salud y la vida. Esos sistemas sociales, unos más que otros según los países, todavía no encuentran la forma efectiva y eficiente de manejar y controlar los efectos nocivos del virus, manteniendo la angustia e inseguridad de mucha gente.

El virus así ha descubierto esas debilidades de las organizaciones humanas, en circunstancias en que la humanidad, en un momento de su devenir histórico, creyó que con la caída del bloque soviético había llegado al “fin de la historia” y que se iniciaba una larga fase de paz, prosperidad y seguridad, que superaría el estado de inseguridad y sufrimientos causados por efectos de las guerras, las calamidades y la pobreza, provocadas por los conflictos de un mundo dividido en dos macrosistemas contrapuestos que luchaban entre sí por la hegemonía: el sistema capitalista guiado por la idea de la prosperidad en libertad; y el bloque de naciones socialistas guiado por la utopía del comunismo.

Sin embargo, con el paso del tiempo, luego de que la humanidad en gran parte de las naciones, decidiera regirse por un sistema económico y político único, bajo la concepción de la institucionalidad del “libre mercado”, los problemas de las naciones y de la misma humanidad, se vienen haciendo cada vez más grandes y conflictivos. Las guerras han sido más devastadoras de naciones enteras y más crece la pobreza y la desigualdad, así como las concepciones autoritarias y prejuiciosas que han aflorado con el individualismo y el egoísmo engreído que emerge del afán de la acumulación de riquezas de unos pocos y su tendencia a un consumismo irracional e insaciable que contamina e intoxica al mundo y a la humanidad.

Todas esas distorsiones tienen su causa eficiente en una organización económica que obliga a los agentes económicos a competir irracional e inescrupulosamente por la maximización de beneficios, para lo cual han propiciado un Estado minimalista sin vocación de regulador de los agentes económicos, los cuales, en ese contexto de relajamiento de la Ley, desatan una competencia “salvaje”, unos contra otros, generando con ello la profundización de una crisis permanente de mercados que agrava peligrosamente la convivencia pacífica entre las naciones.

Por eso la humanidad se encuentra amenazada en su supervivencia en el planeta y por eso los fenómenos naturales, como la pandemia del coronavirus o cualquier otro, descubren las debilidades y contradicciones de la instituciona­lidad al interior de la economía.

La humanidad ha caído en la expectativa global de que en las naciones ocurran catástrofes cada vez de mayores proporciones. No transitamos por “el fin de la historia”, sino por el fin de la humanidad.

¡Hay, pues, que repensar los sistemas económicos y sociales!

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