Bueno, si usted lo piensa desde la perspectiva de que toda epidemia trae como consecuencia sufrimiento físico y psicológico por enfermedad y muertes, entonces sería imposible imaginar que el coronavirus nos haya dejado algo bueno. Pero si vemos esta epidemia desde una perspectiva gregaria, es decir, desde la perspectiva del “comportamiento de manada”, como se dice en Psicología, pues tenemos que aceptar que como sociedad que ha hecho de la inconformidad personal y social casi una religión y de la respuesta desdonada o violenta, una conducta bastante generalizada, pues la verdad es que la epidemia, al ponernos en contacto tan cercano con el contagio y la muerte, nos ha hecho más razonables, nos ha llevado a dedicar más tiempo a mirarnos hacia dentro y hemos dedicado más tiempo al ejercicio de la caridad hacia los que menos pueden. Hasta gente que nunca pensó que fuera una criatura de Dios, ante las poderosas tenazas del coronavirus, por primera vez han clamado al Señor y hoy creen que El es el Padre de la misericordia.
Por otra parte, a muchos nos ha llenado de asombro, ver cómo pudientes y pobres, educados y no educados, hicieron de la higiene corporal de cada día una filosofía de vida igualitaria, y además hemos visto, aparentemente, una reducción significativa del delito y el homicidio, aunque aún se espera que la Policía confirme esto último.
De modo, que a pesar de que muchos filósofos dicen que ningún tiempo muerto es deseable porque nada muerto es positivo excepto las deudas liquidadas o la muerte de nuestro carcelero, lo cierto es que este largo tiempo muerto de tres meses además de los pesares causados, consistentes en enfermos, contagios, muertes, sufrimiento, llanto y la parálisis de nuestra economía, también nos ha hecho más solidarios, y aunque asustados por miedo al contagio, pero hemos estado más sosegados en casa y cooperando activamente en la vida familiar, conyugal y en las tareas domésticas. Incluso, muchos papás que sobre la vida escolar de los hijos solo se ocupan de pagar la colegiatura, este largo tiempo muerto los ha llevado ¡por fin!, a colaborar con las mamás en la participación de la educación diaria de sus hijos, en sus responsabilidades escolares como la lectura y comprensión de los contenidos de sus asignaturas y en el tiempo dedicado a la participación de los niños en la enseñanza virtual vía internet usando la Aplicación “ZOOM” como plataforma de este nuevo modelo de enseñanza/aprendizaje. Y los maridos inseguros, esos que piensan que las sospechas y los celos contra su mujer son los platos más apetitosos del mundo, al permanecer encerrados en casa, han tenido tiempo para charlar con sus parejas sobre otros temas distintos de los celos y la desconfianza. Todo eso ha sido positivo.
La epidemia COVID-19 llevó a los nuevos y a los viejos ricos, a los que solo tienen dinero, los que han hecho del dinero bien o mal habido su único “Dios” verdadero, los avaros, los codiciosos, los poderosos altivos y soberbios, así como aquellos que por el vicio de ahorrar se ahorran hasta el uso de una mujer, a pensar, asustadizamente, que la muerte es tan real que puede verse, olerse y tocarse. Esta epidemia los hizo caer en cuenta que acumular dinero en demasía es el placer más solitario que existe “en este valle de lágrimas”. Señores, aunque parezca mentira, muchos de estos personajes para los cuales la caridad era solo una tontería proclamada por gente sin oficio, dejaron que aquella rondara por sus bolsillos, y esos bolsillos se deshilacharon en el fondo y dejaron caer a borbotones muchos millones ociosos que por primera vez sintieron cariño por alguien distinto del dueño. Esto fue positivo.
Otras cosas de provecho, si así pudiera decirse, impulsadas por la epidemia pueden citarse en primer lugar la acogida prácticamente unánime por parte de la población de las recomendaciones para elevar los niveles de higiene como lavarse las manos frecuentemente y llevar mascarillas, ya que COVID-19 es un enfermedad cuyo contagio depende más de la higiene que del poder de ataque del virus. Ese cumplimiento casi total tendrá como resultado directo una reducción considerable del número de contagiados y de muertes que en principio esperábamos. Ese interés por mantener una buena higiene corporal cotidiana contra coronavirus nos servirá para conservar ese buen hábito de manera permanente, y así, en años venideros, evitaremos cientos de enfermedades infecciosas y parasitarias relacionadas con mala higiene.
Y la segunda cosa de provecho, ha sido la disminución de la criminalidad en sentido general y de la violencia en el seno de la familia. Sin embargo, aunque COVID-19 nos ha ayudado a mejorar nuestra higiene corporal y social, no nos ha ayudado a mejorar la higiene mental que es tan necesaria como la primera. Los falsos rumores, falsas noticias, la suspicacia general y los deslenguados siguen igual a como eran antes de la epidemia. Pero esto era de esperarse en una sociedad que, como la nuestra, ha hecho de la inconformidad social un dogma religioso.