ARTICULOS: Mar afuera

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La insularidad se erige como enfermedad crónica en gran parte de la sociedad dominicana, la cual aún se cree asentada sobre una isla, sin tomar en cuenta que el desarrollo tecnológico, literalmente, ha convertido al mundo en una aldea donde todas las naciones están unidas por la comunicación digital.

Ese síndrome del isleño crea la falsa percepción de que la vida comienza y termina en el espacio geográfico desde Cabo Engaño hasta Alto Bandera, y que nada de lo que ocurre allende los mares afecta el entorno insular, aun sea la guerra entre Rusia y Ucrania o el incremento en los precios del petróleo.

El conflicto con Haití por el intento de desvío del rio Masacre se asume aquí como un grandísimo problema nacional, que posiblemente lo sea, pero la comunidad internacional expresa preocupación por el posible acuerdo sobre suministro de armas entre Rusia y Corea del Norte.

Poco parece importar en el ámbito nacional que el Kremlin rechazó una nueva propuesta de acuerdo para permitir el despacho desde puertos del Mar Negro de la producción de trigo, maíz y fertilizantes, o que el barril de petróleo amaneció hoy en 87.03 dólares, lo que incidiría en aumento de la inflación.

No se niega que República Dominicana padece aun de flagelos políticos, económicos y sociales, como incremento de la immigración ilegal, inseguridad ciudadadana, carestía de precios, deficiencia en los servicios de educación y salud, pero otras muchas naciones cargan con mayor peso de tribulación.

Marruecos y Libia, países ubicados en el norte de África, merecen hoy la atención y solidaridad de la insularidad dominicana, devastado el primero por un terremoto y el segundo por inundaciones provocadas por un ciclón, con saldo en conjunto de más de seis mil muertos y 15 mil desaparecidos.

El ejército noruego calcula que la guerra entre Ucrania y Rusia ha arrojado un saldo de 280 mil víctimas, entre muertos y heridos, incluidos 30 mil civiles ucranianos fallecidos, cifra espantosa que debería conmocionar a la sociedad dominicana y motivar una profunda reflexión en su liderazgo político.

El síndrome de insularidad, que afecta a gobernantes y gobernados, impide que la nación interactúe con el mundo de hoy con mayor profusión y propiedad ante el predominio de la falsa hipótesis de que el mundo comienza y termina en el mar Caribe. Es tiempo de navegar mar afuera.

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