Por Marino Báez
La dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1930-1961), bañó con sangre por más de 30 años, cientos de miles de familias dominicanas que en ningún momento estuvieron de acuerdo con un régimen que devastó con crueldad a sus nacionales, no solo bajo el manto subversivo del miedo y la violencia, sino también, bajo la sombra de la pobreza que le indultaron a través del poder para saquear el Estado y cometer los más viles abusos, excesos, crueldad, intriga y misterio patrocinado por la maldad del tiranicidio.
Tras el asesinato del dictador (30 mayo de 1961), el grupo de opositores que orquestó el tiroteo que dejó sin vida al dueño y señor del país, quizás se pensó que este sería el fin a un un mandato dictatorial de 31 años, basado en espeluznantes asesinatos, canibalismo, con sus oponentes políticos y violaciones a toda mujer por la que se sentía atraído, inclusive damas de la alta sociedad dominicana.
Con extravagancia y estoicismos para hacer daño a quienes no estaban de acuerdo con sus actos deshonroso ante la sociedad, además de contar con una retahíla de sicarios que estaban a su servicio, el dictador también tenía el dominio excesivo de su hijo Ranfis Trujillo, perro de confianza que daba seguimiento a sus opositores y tras arrestarlos no los dejaban dormir porque los torturabas arrancándoles las uñas, dándoles choques eléctricos en los testículos, entre otros castigos a los presos que no respondían positivamente a las preguntas que los inquisidores del “jefe” querían escuchar.
Al enterarse del asesinato de su padre, Ranfis Trujillo, asumió por poco tiempo el mando para vengar su muerte y aunque su postura de venganza fue prematura- según datos históricos- el hijo de dictador dispuso de tiempo para ejecutar personalmente a los conspiradores con una pistola que tenía la culata de oro y obligó a uno de los detenidos a que se comiera parte del cadáver de su hijo asesinado a mansalva en su propia cara; sin embargo, su vida extravagante y sedentaria fue víctima de un declive económico de la familia tras un accidente que le costó la vida el 28 de diciembre de 1969 en Madrid-España.
Llantos, lamentos e impotencia de Víctor Martínez
Sumido en el llanto y los lamentos, sesenta y dos (62) años después de la dictadura, la impotencia consume la estabilidad del ciudadano y dirigente comunitario Don Víctor Martínez, resumiendo ante la sociedad los crueles hechos de la dictadura y clamando a las autoridades dominicanas el paradero de los restos de su padre y sus dos hermanos, José Manuel Núñez y Núñez y los Sargentos Wenceslao Taveras (Martín) y George Taveras, asesinados por Ranfis Trujillo, en la Base Aérea de San Isidro, en el mes de junio de 1961.
Desde la fecha en que fueron desaparecidos los cadáveres de papá y mis dos hermanos- cuenta Víctor Martinez- hasta la hoy día, hemos llamado la atención de las autoridades pasadas y actuales para que se aclaren los asesinatos de estos tres servidores de la Patria. Esfuerzos, peticiones y denuncias a nuestros gobernantes, inclusive, al presidente, Luís Abinader Corona, no han valido para que se investigue y la familia dominicana consiga respuestas satisfactorias.
“En el umbral de la vida no importa el tiempo que tengan tus muertos, siempre habrá lágrimas para llorarlos y lamentos para recordarlos”. Hace aproximadamente medio siglo (20 de febrero del 2014)- narra Martínez-, fueron publicados dichos cadáveres en la Revista “La Venda Transparente”, que dirige el arquitecto Raffy Genao, aun así y con todas las pruebas entregadas a las autoridades no ha sido posible poner en marcha una pesquisa que sustente el hallazgo de los cadáveres de mi padre y mis hermanos.
Este reclamo no es sólo de Víctor Martínez. En el crepúsculo de la cotidianidad gubernamental reina el ausentismo de las autoridades en cuanto a las demandas de ciudadanos, esto, sin importar si hay de por medio casos de asesinatos o desapariciones de personas a nivel nacional e internacional.
El Estado somos todos. Es hora responder al llamado de la gente.