Por Luís Alberto De León Alcántara
Vivimos en el activismo, metidos en muchas cosas cada día. Incluso, a veces solemos decir que el tiempo no nos alcanza para nada; que son demasiados compromisos para una sola persona. En ocasiones puede que sea cierta dicha afirmación, pero en otros momentos, quizás solo sea una forma de justificarnos para no aceptar que, al caer la tarde, nos cuesta encontrarnos con nosotros mismos y, ser capaces de dialogar con nuestro yo interno, con nuestra conciencia callada por el cansancio del trabajo.
Seamos realistas, aunque nos aterre, y a pesar que nos da miedo por unos instantes romper con el círculo vicioso calendarizado que hemos asumido en nuestra vida, siempre hará bien salir de la carretera social en la que estamos sumergidos, para entrar en la carretera del corazón. Además, si somos muy prestos para ayudar y servir a los demás cuando lo necesitan, cuando se encuentran en dificultades, ¿acaso no es justo hacer lo mismo con nosotros?, ¿o será que es más importante atender a los otros, que a nuestra propia existencia?, ¿no nos merecemos también ser atentos con nuestro corazón y atendernos con toda la delicadeza posible?
Es bueno que reflexionemos, que nos demos cuenta que no es debilidad hacer un stop, tampoco un peligro realizar una parada en el tren de nuestras acciones en el que estamos montados todos. Al contrario, detenerse un momento revitaliza, ya que es necesario bajar de las vías para reconocer las propias fuerzas, aceptar nuestros límites como seres humanos y admitir que no es pecado tomarse un descanso, un respiro cuando perdemos el rumbo y la dirección de nuestra vida. Hay que hacerlo, precisamente porque los años pasan, las experiencias no se repiten y es de sabio mirar de lejos lo que vamos construyendo de cerca, con el único propósito de no dejar que se nos termine el aire espiritual que nos mueve a seguir caminando hacia Dios.
Sin embargo, cuánto cuesta salirse de la carretera, detener nuestro cronómetro laboral, dejar a un lado todo lo que hacemos, y solo fijarnos en nuestra vida, con el único objetivo de evaluar el estado de nuestros sentimientos y emociones. Es difícil hacerlo, porque implica voluntad, entrega y una perspectiva de futuro positiva; pero no es imposible, siempre hay que darse una nueva oportunidad para lanzarse y descubrir cosas nuevas, horizontes diferentes, y lograr así tener una opinión más acabada y real de lo que nos acontece en nuestro vivir.
En definitiva, no nos podemos pasar la vida completa con el pie puesto en el acelerador, desear exclusivamente la felicidad cuando el semáforo está en verde o agradecer a Dios solamente cuando las cosas van bien. Puesto que, también en nuestro caminar vamos a encontrar que en distintos momentos hay que pisar el freno cuando aparezcan los obstáculos, y no debemos olvidar que no desaparece la felicidad porque el semáforo esté en rojo, ni mucho menos podemos pensar que Dios no merece nuestra acción de gracias cuando nuestro día es gris, ya que en toda circunstancia Dios nos espera y nos da fortaleza.