Por Carlos Salcedo
Somos mortales, nadie dura para siempre, menos en el poder. Ni los monarcas, porque, aunque parezcan eternos, se mueren, terminándose con ello su poder personal. Sabemos de dictaduras que parecían perennes como de figuras que en democracia se percibían como providenciales, pero sus patrocinadores han tocado las puertas del camposanto, donde le han abierto para un viaje sin regreso.
Luis XIV, después de 72 años como monarca, murió. Francisco José de Austria-Hungría, rey apostólico de Hungría y de Bohemia, luego de 68 años en el mando, falleció. Victoria I de Reino Unido, con más de 64 años como reina, murió. Hiro-Hito, después de 63 años como emperador japonés, falleció. Tiberio, Julio César, Marco Aurelio, Nerón, Trajano y Adriano, entre los emperadores romanos de mayor influencia, también fallecieron.
Fidel, después de 49 años en el poder, dejó el mando y murió. Carlo Magno, Chiangkai-shek, Muamar al Gadafi, Francisco Franco, Saddam Hussein, Stalin, Hitler, Trujillo, Mao Zedong, Balaguer y otros tantos, incluidos los del poder divino, como los papas y patriarcas, han exhalado el último suspiro.
Con o sin razón, a Álvaro Uribe, expresidente de Colombia (2002-2010), de mucho poder e influencia en su país y que tanto prestigio adquirió, al punto de ser considerado el presidente más popular de la historia reciente de sus país, por su lucha contra la guerrilla colombiana, particularmente las FARC, la Corte Suprema de Justicia colombiana le dictó esta semana en su contra una orden de arresto domiciliario, por supuestos delitos de soborno, fraude procesal y manipulación de testigos en la denuncia contra el también senador Iván Cepeda. Como yo, también él terminará su vida en una tumba.
El poder, la gloria y las riquezas terrenales son efímeras. Lo mejor entonces es que nos entendamos con la vida (Facundo Cabral). Los pueblos maduran y la exigencia ciudadana sobre una gestión de gobierno eficiente es cada vez mayor. Ahora que inicia un nuevo gobierno y finaliza otro, los futuros funcionarios del entrante como los del saliente deben recordar que su paso por la administración es prestado. Así pisan los pies sobre la tierra y se dedican a lo que llegaron: a servir. De lo contrario, serán inservibles públicos, en lugar de servidores públicos.