Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, insta a rediseñar un mundo más equilibrado luego del COVID-19, reformando una economía global que con la pandemia ha enseñado su fragilidad. Dice Guterres: “Es imperativo que nuestro mundo sea rediseñado y reconstruido con un nuevo equilibrio y vigor”.
Esa admisión del alto funcionario de la ONU es una aceptación de las críticas al sistema económico guiado por la doctrina económica de la “libre iniciativa” que marca el pensamiento extremo que pregona el “libre mercado” y cuyas consecuencias más resaltantes son la desigualdad social, la pobreza y el ataque irracional al medio ambiente que ha puesto en peligro al planeta y a la humanidad.
Esa ideología extrema del neoliberalismo no solo está provocando una nueva era de confrontación entre naciones que profesan por igual el “libre mercado”, sino que está descubriendo en una gran nación como los EE.UU cómo se expande la pobreza y el “precariato”, al tiempo de fragmentar la unidad nacional, rompiendo los valores de la cohesión social y del “sueño americano”.
Esas amenazas hoy día se expanden impulsadas por la confusión que ha traído consigo la doctrina neoliberal, mediante la cual se funden y se confunden los roles de empresarios y políticos, funciones centrales del sistema social en las sociedades modernas. Con ello se rompen los principios sociológicos de la modernidad como son: el de la “especialización y diferenciación de funciones” y el de la “acción electiva”, los cuales sirvieron de base para el diseño de los sistemas políticos democráticos.
Mientras en la modernidad democrática el político se encargaba de los asuntos del Estado para lograr el Bien Común, el equilibrio social y la estabilidad mediante la cohesión e integración, con el modelo neoliberal vigente, los políticos se ven tentados a convertirse en negociantes que aprovechan su estancia en el Estado para apropiarse de los recursos públicos y fomentar negocios exitosos a través del tráfico de influencia y la administración corrompida del Estado.
De su lado los empresarios se han visto tentados a asumir el rol de políticos: Trump, Bolsonaro y Macri, son ejemplos en Las Américas, mientras otros empresarios se asocian a los políticos para asegurar buenos y oportunos negocios a través del Estado.
Esa es la razón por la que a medida que esa confusión avanza en las naciones, en el sistema político se va produciendo el vaciamiento de los valores y normas que garantizan la legitimidad democrática, siendo llenado ese vacío por la legitimidad fáctica basada en el dinero. El dinero pasa a ser el instrumento para convencer y lograr el voto, mientras que la palabra, el debate y la confrontación de las ideas para construir consenso y unidad, pasan a ser patrones democráticos inútiles.
En consecuencia, en la política se imponen los poderes fácticos no habiendo más alternativa que el único modelo empresarial neoliberal que no admite otras alternativas, especialmente que representen a los sectores marginales o excluidos. La maximización de los beneficios del capital lleva a la monopolización, la concentración de la riqueza y al fortalecimiento de los grupos del poder fáctico. No obstante, la pandemia ha evidenciado la fragilidad de la economía global basada en la exclusión y en la apropiación.
¡Se hace, pues, imperativo un rediseño de un capitalismo con “rostro humano”!